Érase una vez un molinero que, al morir, dejó en herencia a único hijo un magro patrimonio: un destartalado e inservible molino, un sombrero, un par de botas viejas y un gato cuya única habilidad aparente era cazar ratones. Pero pronto el minino habría de enseñar a su nuevo amo que contaba con otras dotes más útiles de lo que podía imaginar.